jueves, 23 de diciembre de 2010

Cita: La alargada Sombra del Amor

¡Venga, adelante! Es preciso que todo se acelere. Esta noche paso de los sueños y de la realidad. Dormir, comer y todas esas estupideces de ser vivo, no quiero volver a oír hablar de ello. Vivos, cerrad las bocas, muertos, cerrad las bocas, yo me largo. ¡Estrellas venid, os cogeré una a una! Vamos, venid a sumergiros en mi boca, estoy vacío, tengo hueco. ¡Poseedme, haced como en vuestra tierra! ¡Brillad!

Sé perfectamente que no estoy preparado, pero ya basta de saber, ahora quiero sentir. Por ejemplo, el viento fresco de todas partes, quiero viento. Y si me resbalo con la cáscara de un plátano del espacio y me aplasto la cabeza de niño demasiado viejo contra la puerta del garaje, recogeré los pedazos y me pondré un apósito de sombras, sé hacerlo.

Delante de mi ventana, el parque natural de Vercors. En la cima, el cuello de la luna. Iré a ver eso de cerca. Puedo abrazar algo. ¿Habrá brazos? ¡Luna, tiende los brazos! Treparé por el pinar, como cuando era pequeño. No iré a gritar frente al viento, no iré a llorar a la cueva adonde iba a refugiarme después de mis berrinches, ni iré a pegarme sabia en los pliegues de los dedos, no regresaré con un pantalón agujereado en las dos rodillas, no jugaré al fútbol con las piñas de los pinos gritando, pero daré un salto, y en lo más alto, inflaré el pecho como un lobo, y mi sombra se erguirá igual que una vela negra.

Corro hasta perder el aliento, me tropiezo con las piñas, cojo impulso en el tejado de casa, las tejas se mueven, huele a chapa quemada, ¡vuelo!

Mi sombra de gigante se equilibra como un ala delta, me dirijo aleteando los brazos. Arranco las estrellas como se cogen las cerezas, sin tomarme la molestia de quitarles el rabillo. Las horneo en la garganta.

-¡Eh, comefuegos!  ¿Te vas a ahogar, colega! - me arenga una voz conocida.

El horizonte abollado de montañas se aproxima. Aún tengo hambre, pero también me meto algunas estrellas rotas en el bolsillo para llevármelas a casa. Esta noche, necesito la luna, ¡mínimo la luna!

Hago añicos las quejas del cielo a patadas. ¡La luna rodará! Mantengo el equilibrio sobe Vercors y sacudo el cielo como un ciruelo. ¡Esta noche la luna caerá en mi mochila!

El cielo sangra, la luz de la luna derrama torrentes eléctricos por el agujero de las estrellas muertas desde hace mucho tiempo. Sacudo, las estrellas caen de nuevo, provocando aquí y allá incendios y fuegos fatuos. ¡Amigos, llueven estrellas! ¡Asomad los morros, ahora el cielo se convierte en estrella fugaz!

La luna tiembla, tose y escupe nubes de brumas.

Cuando la luna haya caído, la haré un ovillo, me la meteré en la mochila e iré a plantarla al cementerio, sobre tu tumba. Está muy bien eso de que descuelguen la luna para ti, incluso aunque estés muerto; es algo que sosiega, ¿no?

Ay, cuánto daría por abrazarte y besarte en la frente, desgarrar la noche, colgarte a mi espalda. Te llevaría lejos, te soplaría por toda la piel, tú lo sentirías, te sentirías exactamente igual que antes.

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